domingo, 27 de septiembre de 2009

Que parezca un accidente

La soga estaba en su posición. El nudo era corredizo. Mi cuello estaba enlazado. Solo quedaba el último paso, y el más difícil. Sin mirar abajo, di una patada al taburete que me sostenía. Oí cómo se caía, y sentí cómo de repente todo mi peso caía hacía el suelo. La cuerda escocía, me arañaba, las hebras deshilachadas se clavaban en la fina y blanca piel. Pensaba que ahora sería el momento en que vería mi vida en diapositivas, al menos un flashback de un momento emotivo, o un simple recuerdo. Pero no hubo nada. Solo desesperación, ahogo, asfixia. Intentaba respirar pero mis pulmones estaban vacíos. Sentí el calor en la cabeza, la sangre intentando bajar por mi cuello. Un hormigueo en los dedos.
En un instinto meramente animal de supervivencia, me llevé las manos al cuello e intenté despojarlo de la cuerda. Fue en vano. Cuanto más me retorcía más se ceñía la cuerda y más daño me hacía. Mis ojos se empezaban a nublar, la cabeza me iba a estallar. En un instante pensé en Dios, y me habría reído de haber podido. Bah.
Me pareció oír el chirrido de la puerta principal. Unos pasos despreocupados por el pasillo. Te vi abrir la puerta, y también vi tu cara. Horror. Me muero. Pánico. Mierda.

sábado, 19 de septiembre de 2009



Te necesito. Sí, te necesito tanto, tanto, tanto que no puedo escribirlo. Me di cuenta cuando estaba en la cama y pude estirarme sin oír un gruñido, cuando llegué tarde al trabajo porque nadie me había despertado comiéndome a besos, cuando dejé la tapa del váter levantada y cuando volví seguía levantada. Me cercioré cuando hice comida para dos y sobró la mitad, cuando me quedé mirando en la sección de bisutería y me preguntaron que para quién era el regalo, cuando vi que el armario estaba casi vacío. Cuando pegué puñetazos en la pared y me hice sangre, cuando le grité al microondas porque la comida estaba fría, cuando golpeé al ordenador por engañarme con otro.
Pero aún no entiendo por qué querías escapar de mí y dejarme solo, por qué me tratabas así. Lo has conseguido. No te guardo ningún rencor, seguiré esperando hasta que me pidas perdón. Y te perdonaré.
La verdad es que todavía no recuerdo por qué te maté.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Por eso dímelo, dímelo, dímelo, dime "te quiero".

El aire se escapa por mi nariz y me hace cosquillas. Cierro los ojos y siento cómo el sol resbala sobre mi cara, y lo huelo. Naranja.
Libre, ligero, lleno. No tengo nada que hacer, no quiero hacer nada. Lo sé, estoy seguro. No hay sudor, no hay prisas, no hay vergüenza.

Mi corazón late pausadamente, la sangre caliente se mueve por mi cuerpo, brasas. Me siento unido al suelo, parte de la Tierra, parte de la naturaleza, pero a la vez mis pies no parecen tocar el suelo. No ando, vuelo. El aire me lleva y me muestra lugares que nunca había imaginado. Y al mismo tiempo siento la presión del agua sobre mí, sólo silencio. El tiempo no corre, soy atemporal, eterno. Todos y cada uno de mis músculos y facciones relajados, sonrío y siento cómo algo se mueve en mi barriga, como una reacción mecánica. Ahora entiendo las “mariposas en el estómago”.


El frío entra por mi nariz y me quema la garganta. Abro los ojos y sólo veo la oscuridad expectante y sepulcral, antinatural, y la huelo. Azabache.
Pesado, fatigoso, vacío. Mi mente está borrosa y confusa, miles de pensamientos se amontonan sin orden, pero no entiendo ninguno. Sudor frío, nerviosismo, pudor.

Mi corazón bombea sangre ardiente por mi cuerpo, fuego. Me siento fuera de sitio, sin nada, sin nadie. Y me siento nadie. No levito, me arrastro. Mis pies sangran y duelen, mis músculos se quejan y mis huesos amenazan con quebrarse. Piedra. Y a la vez un frío abrasador me cala hasta el alma, me congela, me vacía, y siento cómo la escarcha que me cubre cruje al moverme. Hielo. El tiempo se agota y se consume, y soy efímero y me agoto.
Todos mis músculos están tensos y anudados. Las lágrimas asoman en mis ojos enrojecidos y siento que algo me atraviesa el pecho. Ahora entiendo cómo se rompe un corazón.


.......
Sensaciones, una redacción para el colegio.

domingo, 13 de septiembre de 2009

La ruta que tomaremos hoy... ¡del corazón al cerebro!

Esa sensación cuando te veo.
El escalofrío que me corta el aliento, el ritmo acelerado con el que me late el corazón, ese bombeo de sangre fría que no me llega al cerebro, que se estanca y anuda mi cuello y no me deja hablar. El sudor que me congela la frente y baña mis párpados, que se mezcla con mi saliva y me deja un sabor salado que sólo me seca más la garganta, y me duele. El aire que se me escapa entrecortado por la boca, rápido. Los ojos se me entrecierran, están secos y vidriosos, ácidos, me escuecen. Cuando noto cómo un nervio baja por mi brazo y cierra mi mano en un puño, me clavo las uñas en la palma y me duele. Tiemblo.
Esa sensación de odio que me recorre al verte. Y me duele verte.

viernes, 11 de septiembre de 2009

15 pasos

Andaba por la calle, golpeando latas de refresco vacías e intentando colarlas por las alcantarillas, observando palomas comer basura y borrachos dormir en colchones de cajas de cereales abrazando cartones de vino blanco. Iba pensando y sin pensar, imaginando ser cualquier otro, alguien que no te conoce. Aunque quizás para dejar de ser yo sólo debiera dejar de conocerte, es decir, desconocerte. Nunca has existido. ¿Ves? Esa son las paranoias que me monto los jueves por la tarde paseando delante de tu casa.

Mis pies se pararon y mi cabeza giró a la derecha. Intenté cerrar los ojos, pero los párpados parecían pegados a las cejas. Traté de mover el cuello, pero me pareció de hierro. Ahí estaba, en frente a tu casa. Una casa como todas las demás con alguien dentro como nadie de los demás. Ah, a veces eres tan inalcanzable. Mil trescientos cuarenta y siete pasos de mi casa a la tuya. Quince desde donde mi cuerpo me había retenido hasta tu puerta. Te diré que los he contado, aunque eso reste puntos a mi ranking de salud mental.

Di los quince pasos y me paré delante de la puerta. ¿Abrirías tú? Ojalá… ojalá no. Tragué saliva, fruncí el ceño en un gesto de valentía autocompasiva y llamé al timbre. Oí los pasos hasta la puerta. Oí cómo se movía la manivela. Volví a tragar saliva, la poca que me quedaba.
Y tú estabas ahí.

— Te quiero — te grité. Mejor dicho, creí que te gritaba.
—¿Qué?
— Te quiero — repetí más fuerte.
— ¡Habla más alto! — me dijo algo impaciente.
Levanté las pupilas. No parecía muy… enamorada.

— Sólo quería… — empezaste a mover el pie, nerviosa— sólo quería recordarte que mañana es el examen de matemáticas.

Oí una voz masculina.

— ¡Ya voy, amor! — dijiste mirando atrás. Cómo me dolió.— Gracias, pero ya me acordaba… De todas formas, gracias -me cerró la puerta en las narices.

Respiré por primera vez desde que llamé a tu puerta.

Bueno, ya no me importa tanto. Ya no te quiero :)



-----------
Perdona(dme) por este intento de desvarío.

martes, 8 de septiembre de 2009

Imán, imán, imán

Eres tan dulcemente hechizante. Te acercas silenciosa, me abrazas por detrás y me preguntas "¿quién soy?". Yo finjo no saberlo mientras me río empalagosamente. Nunca me has dicho una palabra en contra de mí, nunca me has insultado ni has sacado a salir un defecto mío. Y aunque parezcas tan falsa y a la vez tan sincera, eres un imán para mí. Un capricho, una obsesión, un vicio. No te soporto, pero me gustas tanto que seguiré tiñendo mis palabras de rosa. Qué bonita.

Aburrimiento eterno, eterno, eterno

Y me da pena pensar en cómo te consumes, cómo intentas escribir lo que no eres, cómo intentas cambiar, pero eres igual que siempre. No te pareces a quien quieres parecerte, y lo sabes. Lo sabes mejor que nadie. Y si crees que voy a compadecerme de ti, que voy a arroparte por la noche, que te voy a dirigir la palabra, estás equivocado. Púdrete, y seré yo mismo quien lleve tu urna de cenizas.
No me malinterpretes, no quisiera que te ocurriera algo malo. Simplemente... me aburres.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Monstruo


Un monstruo. Una criatura incomprendida. Da asco, da miedo, pavor, da grima, huele mal, es viscoso, verde, babeante. Tiene muchas extremidades desparramadas aleatoriamente por su huesudo y malformado cuerpo. Los dientes le atraviesan los ojos y se clavan en sus encías sangrantes, hediente. Sus ojos no miran a ninguna parte aunque lo intente, ven negro. Pobre, duele mirarlo. Es un monstruo.

Pero la culpa es suya.



¡Cuántos monstruos hay por ahí sueltos, cada día más! Aunque supongo que cada uno ve monstruos donde quiere.

martes, 1 de septiembre de 2009

Hola

No sé muy bien por qué lo he creado ni cuánto vivirá. Hoy es azul pero puede que mañana sea negro. Quién sabe.

En cualquier caso... ¡hola!