viernes, 27 de agosto de 2010

Te despiertas envuelto en sábanas pegajosas, al lado de tu chica de las mañanas. Le pegas una patada, un par de puñetazos en las costillas. Pero no importa, porque le has pagado. Y con el dinero en la mano y la nariz sangrante, ella te sonríe y te pregunta si quieres otra más. Tú ya estás desnudo. Asientes con la cabeza y también le sonríes. (¡Todos felices!)
Abandonas la habitación por la ventana. Escalas con las manos crujientes por la pared de ladrillos rojos. Por la pared de ladrillos rojos te resbalas, caes y ¡crack! Sí que importa porque esta vez no te han pagado.
Maldices y farfullas y suspiras. Corres por la carretera enseñando lo que hay debajo de tu ropa. Sientes el asfalto mordedor arañándote los pies. Y estás contento, porque corres, corres y corres. El alcohol se evapora por tu piel y tus esputos. La boca te sabe a sangre. Sangre terriblemente dulce.

Y cuando llegas a tu destino no puedes mirar atrás. No puedes.
Te ríes y no sabes por qué.
Después te tumbas en la carretera. Ahora estás esperando a un conductor ebrio.